jueves, 2 de julio de 2009

Escuela pública



Hay una Escuela en la Ciudad de Buenos Aires (deben haber muchas, pero yo voy a hablar puntualmente de ésta) en la que primaba la formalidad, la deshumanización, la despersonalización; el si señor, no señor, disculpe señor, gracias señor. Convengamos que existen ciertas formalidades que hay que guardar, pero cuando a los chicos, prolijamente formaditos el Director los increpa desde un micrófono con aire patriarcal y autoritario, y a los Docentes se les prohíbe hasta cierto calzado, mmmm no me cabe.

Lamentablemente, cierta parte de la comunidad educativa, avalaba la pretensión de convertirlo en “colegio privado de elite” dependiente de la Ciudad y aplaudía la dirección que justamente le daba el Director. Contra esto tuvo, y tiene que luchar día a día una mujer.

Hace unos días, volví a esa escuela y no la reconocí; las paredes de la entrada tapizadas con dibujos de los chicos le daban un aire a integración y libertad que nunca antes había tenido.

La expresión de los Docentes no era la misma; tenían como cierta distensión que nunca les había visto y ojo, no es que la administración macrista hubiera modificado nada de su plan privatizador de la educación pública; nones, la cosa, creo, es mucho más simple: cambió la Dirección.

Hoy uno se encuentra con esa mujer que abraza a cada chico como si fuera su hijo, a cada Docente como si fuera su amigo/a, a mí, que fui a colaborar con un trabajo, como si me conociera de siempre.

La Educación se hace desde lo formal, obvio, pero cuando se deshumaniza las relaciones interpersonales, me parece, esa formalidad pierde sustento, y eso es lo que logró cambiar en muy poco tiempo Martu. Hoy en esa escuela se aprende, se enseña, se respira, se es libre.

Gracias Martu

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